domingo, 29 de marzo de 2015

Guerra.

Una vez luché en una guerra lenta, en la que aun sabiendo que perdería la razón aposté hasta mi corazón. 

Ni me preguntes como empezó, que si un zoo en la barriga, que si un hormigueo en la punta de los dedos, que si unos nervios que no existían, que si tus suspiros pudieron conmigo. 

Empecé a tiritar, mis pelos de punta se pusieron, no recuerdo que hiciera frío, pues estábamos en verano, en uno de esos días que ni el agua más helada te disminuye el calor que tu cuerpo tiene acumulado. Es posible que me estremeciera ante el roce de nuestra piel, o tal vez ante tu aliento o no sé lo que fue, pero me dejó el cuerpo congelado y el corazón ardiendo. 

Ni me preguntes qué pasó, que yo solo recuerdo que mi mano ya no iba en el bolsillo, si no, cogida de la tuya, ya no había sequía a pesar de ser verano, ya no había calor a pesar de ser agosto, ya no había un secreto que pudieras ocultarme.

Yo quería que me mirases como a ella la mirabas, pero todo era difícil si solo tenías ojos para ella y yo solo ojos para ti. No sé como paso, si fuiste tú o fui yo, no sé si nuestros labios se juntaron o solo fue un roce, no sé que fue lo que tanto me gustó, tal vez tu aliento, tú y la manera que veíamos el mundo. No recuerdo más bonito reflejo que el de tus pupilas, no recuerdo más bonito sonido que el de nuestras risas, más bonito silencio que el de nuestras respiraciones a la par, más bonito mundo que el nuestro. 

Marcaste el principio de mi nueva vida, pero también el final. Me enseñaste que por mucho que ames a una persona no siempre el sentimiento es mutuo y no siempre se sale ileso de ese amor que es una guerra.

A día de hoy te doy gracias por hacerme ser quien soy ahora. 

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